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martes, 26 de enero de 2010

¿Socialismo Bolivariano o Zwangswirtschaft?

Cuando un gobierno establece precios máximos, aspira a defender a los compradores para que todos puedan adquirir la cantidad que deseen.
Actuar así puede garantizar gran respaldo popular; y, en todo caso, no hay duda que un gobierno puede hacerlo, para eso tiene policías, ejércitos, cárceles y patíbulos. Pero, la cuestión es, si realmente el poder público puede alcanzar estos fines (abastecer a todos) mediante la fijación de precios a nivel distinto a como se hubieran determinado en un mercado libre. Sigamos a Ludwig Von Mises.

Con precios máximos, ya no es el mercado (es decir, el consumidor) el que distribuye la oferta total de los bienes y servicios afectados. Ahora la distribución pasa a manos de los burócratas. Forzosamente entrará en acción este nuevo dispositivo de distribución, puesto que, cuanto más bajos sean los precios máximos, habrá más potenciales compradores que, no obstante estar dispuestos a pagar por encima del precio máximo, no podrán adquirir los productos intervenidos.
Comprarán entonces, los que lleguen primero, los enchufados, los amigos de los burócratas, o las mafias, los más fuertes y desalmados que con empleo de la violencia apartarán del mercado a sus rivales.



En todo caso, al final, será ineludible la imposición del RACIONAMIENTO para evitar el caos y para que cada uno adquiera la porción prevista.

Pero esto no resuelve el problema, puesto que el principal cometido del mercado es dirigir la producción. Si se establecen precios máximos (dejando en principio libres, los precios de los factores empleados), los empresarios marginales, es decir, los que producen con mayores costes (por ejemplo, los que pagan mayores salarios), entrarán en pérdidas y por tanto, los factores de producción no específicos (por ejemplo la mano de obra) para la elaboración de esos productos, serán desviados a la elaboración de otros bienes no intervenidos por el gobierno.
Los factores específicos empleados en la elaboración de los bienes intervenidos se perderán, con el consiguiente despilfarro de los siempre escasos bienes de capital y la correspondiente disminución global de la renta, que afectará a la demanda de la totalidad de bienes y servicios de la economía.
En todo caso, la oferta total de los productos intervenidos con precios máximos DISMINUIRÁ e inevitablemente, el racionamiento será aún mayor, si es que el producto no desaparece totalmente del mercado.

Por ejemplo, al término de la segunda guerra mundial, los productores valencianos exportaban cada naranja al resto de Europa al precio de una peseta, (precio elevadísimo en aquel tiempo). Si se hubieran establecido precios máximos en destino, la oferta de naranjas en Europa se habría esfumado, y los vendedores habrían perdido su trabajo e ingresos.

Hoy en Haití – dos semanas después del devastador terremoto, sobre el terreno, la recarga de un teléfono móvil celular realizada con baterías de coches en rudimentarios puestos callejeros rodeados de escombros y destrucción, cuesta 5 dólares. ¿Desproporcionado? ¿Un robo?Si se establecieran precios máximos para las recargas, la gente se quedaría sin poder usar sus teléfonos y quedarían incomunicados. El precio revela información, es un índice de escasez y atrae a competidores que, ávidos de obtener ganancias, intentarán prestar el mismo servicio. La oferta aumentará, no se producirá desabastecimiento y los precios bajarán a medida que aparezcan competidores.
Invariablemente, la fijación de precios máximos reducirá la oferta y los teléfonos móviles permanecerán descargados.

¿Cuándo empezará la escasez?. Pues, - excluyendo un origen causado por la devastación de catástrofes naturales- la reducción de la oferta comenzará cuando esos precios máximos empiecen a absorber la totalidad de la renta de los productores marginales.

Evidéntemente, este resultado es contrario a los objetivos del intervencionista, cuya intención era luchar contra la “especulación y los depravados mercaderes”, y facilitar al consumidor los bienes intervenidos por considerarlos de primera necesidad. Quería que todos, incluso los más pobres, estuvieran ámpliamente abastecidos; pero ha conseguido lo contrario, el desabastecimiento, la disminución de  la producción total.
Entonces, echará la culpa de su fracaso a la especulación,  a la codicia humana… al egoísmo… y bla bla bla, y a continuación se verá obligado a poner precios máximos a todos los factores de producción empleados en la fabricación de los bienes intervenidos, incluidos los salarios.
Pero eso no será suficiente, ya que, para que no se desvíe capital y trabajo a la producción de otros bienes no intervenidos, el gobierno deberá ORDENAR a empresarios, capitalistas y trabajadores que prosigan la producción de los bienes intervenidos ajustándose todo el mundo a los precios, salarios y tipos de interés establecidos, y a venderlos a quienes se designa en los decretos de racionamiento. Finalmente, el gobierno deberá intervenir toda la economía.
Lo que nos advierten las leyes de la acción humana es que la injerencia produce efectos contrarios a los objetivos perseguidos. Parafraseando a Mises: "si el ego del gobernante no reconoce y acepta estas consecuencias y persiste y se adentra más y más en el camino emprendido, insistiendo en regular precios, obligando a la gente a producir cada vez mas clases de bienes (esenciales o no) con arreglo a los precios, salarios y tipos de interés impuestos desde el poder público, al final se aniquila totalmente el mercado y surge el socialismo tipo germano: Zwangswirtschaft (Von Mises, 1949) -para distinguirlo del socialismo tipo soviético -, de los cuales ya hemos hablado en otras entradas.

Es indiferente –desde el punto de vista de la ciencia económica- que hoy y en otro sitio del planeta se le llame socialismo bolivariano a lo mismo que otros llamaron nacionalsocialismo, socialismo tipo germano ó zwangswirtschaft.














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